Historias Vocacionales

 

Hna. Faustina María del Corazón Misericordioso

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El 31 de mayo de 1975, o sea un sábado, el Señor quiso que yo naciera y formase parte de la familia Ureña. Vivíamos en la cuidad de Nueva York, en el barrio de Queens. Mis padres son originariamente de la Republica Dominicana. Mi nacimiento causó un poco de tensión en mi familia. Durante el embarazo, los doctores les propusieron a mis padres la opción de abortar,  porque existía una alta posibilidad de que la criatura tuviese complicaciones de salud. Mis padres no aceptaron la recomendación de los médicos; y gracias a Dios, nací bien, el día de la Visitación de la Virgen María a su prima Santa Isabel. Puedo decir que fue la primera visita que me concedió la Santísima Virgen en mi vida.

Éramos una familia Católica, compuesta por mis padres y tres niñas; yo soy la del medio. Mis hermanas y yo recibimos los sacramentos e íbamos a misa todos los domingos. Mi madre participaba en algunos congresos carismáticos con mi abuela; mi abuela era, y todavía es, una mujer de gran oración. Al día siguiente de recibir el sacramento de la confirmación, ya comencé a enseñar catecismo. Sentía la necesidad de cumplir con mis compromisos del sacramento de la confirmación lo antes posible.

Mi familia era practicante de la fe Católica; pero, en realidad, todavía no había tenido un encuentro con el Señor: solamente cumplía con los mandamientos y deberes de la Iglesia porque se tenían que cumplir. Cuando tenía catorce años, mis padres decidieron mudarse a Miami, buscando un lugar mejor para formar a sus hijas, porque la vida en el barrio de Queens, no era la mejor.

La vida en Miami era mucho más tranquila y nos dio una oportunidad de acercarnos más a la Iglesia. En la primavera del año 1992, tuvimos en nuestra casa una noche de oración con unos familiares que habían llegado. Después de esta noche, nuestra vida familiar cambió totalmente. Sé que no fue algo físico, pero durante el rezo del Santo Rosario, la Virgen Santísima iba transformando nuestros corazones. Al final, se rezó por cada uno de nosotros y todos comenzamos a llorar y a pedirnos perdón. En las semanas siguientes, sentíamos una gran necesidad de ir a la Iglesia y de involucrarnos más en ella, especialmente en el movimiento de la Renovación Carismática. Mis padres comenzaron a ir a grupos de oración y algunas veces yo les acompañaba. También comenzamos a rezar el Santo Rosario en familia. Definitivamente, la Virgen Santísima me hizo sentir su presencia de nuevo.

Estaba en mi último año de secundaria y mi vida había cambiado drásticamente. Encontré algo que comenzó a llenar el vació profundo que muchas veces sentía. Al poco tiempo hice un retiro y reconocí que no tenía a Dios como “el primero” y el centro de mi vida. Mis prioridades eran: primero, mi familia y mis estudios; después Dios. Cuando reconocí esta verdad, le pedí a la Virgen la gracia de cambiar. Ella, como buena Madre, escuchó mi plegaria, y poco a poco fui cambiando; y, al cambiar, sentía una felicidad que antes nunca había sentido en mi vida; ya no sentía el vacío, sino el deseo de conocer más profundamente a Dios y mi fe Católica.

Durante el transcurso de esta nueva etapa de mi vida, también conocí a una gran amiga, a una amiga que el Señor me concedió: conocí a la Sierva de Dios, hoy Santa María Faustina. Un familiar me dio una novena de Sor Faustina. Yo nunca había hecho una novena. Es más, no conocía la vida de los santos. Y cuando me entregaron el librito, decidí hacer la novena y rezar por la beatificación de esta religiosa. Nueve días más tarde, lo que había pedido se me concedió, y en ese mismo año fue su beatificación.

Busqué entre las universidades y finalmente escogí estudiar en la Universidad de Miami. Era muy buena y me estaban ayudando con becas de estudios. En 1993, comencé mis estudios en Administración de empresas, estudiando Ciencias Políticas y Finanzas. Desde los once años siempre decía que iba hacer una abogada de corporación y todavía estaba con este deseo.

En la universidad, mi ambiente ya estaba cambiando. Ya no me sentía igual con el grupo de mis amistades, y no deseaba participar en muchas de las actividades con ellos. Mis amistades no eran practicantes en la fe, y muchas veces no me entendían. De suyo, no tenía mucho tiempo libre: estudiaba y también tenía un trabajo en la universidad, para pagar los estudios y mis gastos. Comencé a trabajar más en los grupos de la Renovación Carismática, y mucho de mi tiempo libre lo pasaba con mis padres en actividades de la Iglesia. Recuerdo que comencé a pensar en la vocación religiosa, pero siempre descartaba esta posibilidad: si el Señor me había dado la oportunidad de estudiar en la Universidad, no podía ser posible que me llamara a la vida religiosa.

En estos momentos, sentía que el Señor me llamaba a trabajar con los jóvenes. Yo participa en los grupos de los adultos, pero nunca iba a los grupos de los jóvenes, porque nadie me quería acompañar. Finalmente, decidí ir sola a un retiro de jóvenes, el “Youth Explosion de 1995”. El lema del retiro era “And Her light shall be the way to Jesus” (“Su luz será el camino hacia Jesús”). Este retiro fue muy fructífero. Durante el retiro, se hizo un llamado a los jóvenes que alguna vez en su vida habían pensado en una vocación religiosa. Yo no pensaba pararme; era cierto que yo lo había pensado, pero ya había tomado la decisión de que no era mi llamado. No me paré, y en esos momentos comencé a sentir tanta inquietud, y mi corazón comenzó a palpitar rápidamente, y sabía que tenía que acercarme al altar. Así la Virgen me iluminaba el camino hacia su Hijo.

En el mismo retiro, encontré una comunidad de jóvenes y comencé a trabajar duramente con ellos después. Dos años más tarde era yo la que estaba encargada del retiro. Mi inquietud vocacional definitivamente se incrementó después del retiro, pero ya iba a entrar en mi tercer año de Universidad, y no sabía lo que el Señor quería. A través de un contacto con una de las religiosas que estaban en el retiro tuve la oportunidad de ir a una misión en el verano de 1996. La misión fue muy impactante para mí: me ayudó a ver las cosas más claramente y a tomar decisiones muy importantes para mi vida.

Dediqué todo mi tiempo libre a trabajar con los jóvenes en la Iglesia. Era feliz, pero sabía que el Señor me pedía algo mas. Un día un buen amigo, que ahora es sacerdote, el Padre Wilfredo Contreras, me invitó a un grupo vocacional de oración. Una noche sentía que el Señor me hacía esta pregunta: “¿Por qué, si le das la oportunidad a tantas cosas, no le das la oportunidad a la vocación religiosa?” Era cierto, y en ese momento decidí comenzar a conocer un poco más la vida religiosa. Anteriormente había frecuentado los Cenáculos que llevaban las Siervas y verdaderamente me encantaban. Cuando iba, sentía tanta paz y cómo el Señor verdaderamente nos hablaba. Después de algún tiempo, y tratando de vencer el miedo que sentía, hablé con una de las hermanas, y así comencé a ir conociendo a la comunidad.

Estaba en el último semestre de la universidad, y ya había pedio ser admitida en la escuela de leyes. Recuerdo que estaba sirviendo en un retiro de cuaresma, durante el mes de marzo; y, durante la exposición del Santísimo, le dije al Señor que ya no quería ser abogada; sino que si Él lo deseaba, quería ser religiosa y entregarle toda mi vida. Para asegurarme de mi decisión, cuando llegue a la casa esa noche, recogí el correo, y había recibido una carta de la escuela de leyes: era la carta de aceptación. No lo podía creer, pero la Virgen Santísima me dio las gracias necesarias y vi claramente la voluntad de Dios.

Todavía no les había comunicado a mis padres mis deseos sobre la vida religiosa. Ellos algunas veces me habían preguntado,  pero siempre les decía que no. Cuando se lo comenté a mi Madre, ella me dijo que ya lo sabía, y me reprendió porque no se lo había dicho antes. Mis padres tomaron la noticia con alegría y paz; mis dos hermanas no acababan de entenderlo.

En mayo de 1997, me gradué de la Universidad, y comencé a trabajar para pagar algunas deudas que tenía de mis estudios. Comencé como visitante en la comunidad. Sabía que ésta era la comunidad para mí porque era Eucarística, Mariana y Carismática, y sus miembros usaban el hábito religioso y eran fieles a las enseñanzas del Magisterio. La comunidad me aceptó como postulante el 7 de octubre de 1998. Este día es el día en que se celebra la fiesta de nuestra Señora del Santo Rosario. Otra vez vi cómo la Santísima Virgen siempre ha estado a mi lado, y el 31 de mayo del 1999, entré en el noviciado.

Mi gran amiga y santa patrona, Santa María Faustina, ha estado caminando conmigo en esta hermosa vida de unión con el Señor. En el año jubilar, tuve la gran gracia de poder estar en Roma, durante su canonización, y el 5 de octubre del año 2000, fiesta de la Santa, hice mis primeros votos y tomé mi nombre religioso: Hermana Faustina Maria del Corazón Misericordioso.

Dios es la razón de mi existir, y Él ha deseado que yo sea su esposa para siempre. El me creó por amor, y por amor deseo entregarle toda mi vida para hacer siempre su voluntad. Nunca serán suficientes las gracias que le dé a Dios por haberme llamado a tan sublime vocación. Verdaderamente, soy nada sin Dios: si no le amo y no le sirvo. Todo lo quiero hacer por Él, en reparación a su Corazón, a través del Corazón puro e inmaculado de la Virgen María.
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