Historias Vocacionales

 

Hna. Martha Maria del Corazón Doloroso

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Nací en Bluefields, Nicaragua, el 20 de abril de 1965, dentro de una familia de cinco hermanos a quienes amo de corazón. Recuerdo siempre la algarabía, las risas, los pleitos y travesuras de chiquillos. Debido a la guerra por la cual pasaba Nicaragua nos trasladamos a vivir a la ciudad de Guatemala, en la cual logre terminar mis estudios secundarios.
Después de la dolorosa separación de mis padre me traslade a la ciudad de Miami en el año 1984, para continuar mis estudios y trabajar. Tenía grandes deseos de superación como es natural en una joven. Había empezado los estudios preuniversitarios y trabajaba para la compañia "First Union National Bank" cuando el Señor empieza a revelar sus designios misericordiosos para mi corazón.
“Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (Jn 10,10) era el lema escogido por su Santidad Juan Pablo II para la XIII Jornada Mundial de la juventud, que se llevó a cabo en Denver, Colorado, EEUU, del 10 al 15 de agosto de 1993. Milagrosamente, yo pude asistir a la reunión del Santo Padre con los jóvenes. Puedo decir que ha sido una de las experiencias más maravillosas de mi vida.
Muchos de los jóvenes que asistimos compartimos que quizá como nosotros nos sentíamos en ese momento, así debían haberse sentido aquellos que escucharon a San Pedro el día de Pentecostés. No sólo yo me sentía con una alegría desbordante y colmada del amor de Dios, de su fuerza y de su gracia. Me impresionaron mucho las filas de jóvenes esperando para recibir el Sacramento de la Reconciliación, y fue a la vez una motivación para mi propia persona el recibir el perdón de Dios y el no volver a descuidar mi vida sacramental.
Volví a Miami con el sentido que el Señor me quería o me llamaba para algo, pero no sabía qué era, o quizá no podía creer que fuera una vocación religiosa. Deseaba sólo servirle. Volví a mi parroquia de San Francisco de Sales, en Miami Beach, con grandes deseos de organizar un grupo de jóvenes. Tal grupo fue abierto dos meses después, con la ayuda de líderes de la juventud de la Renovación Carismática Hispana, en la Arquidiócesis de Miami.
Durante una de las reuniones de líderes, al comenzar el año 1994, fuimos invitados a un evento juvenil internacional de tres días en la ciudad de Los Ángeles, California. Asistimos seis líderes. Fue un momento de gracia personal y particular para mí. Durante el retiro, decidí confesarme. El sacerdote, inesperadamente, me preguntó mi nombre. Me dijo que no podía explicarme en ese momento el porqué , pero que el Señor le ponía en el corazón preguntarme si en alguna ocasión había pensado ser religiosa. No pude contestar.Las lágrimas corrían en ese momento por mis mejillas sin yo entenderlo. Al despedirnos, me obsequió con  una de sus tarjetas personales para que lo llamara y pudiéramos hablar en referencia a la vocación. Pasaron aproximadamente seis meses antes que le hiciera la primera llamada desde Miami. Mi intención era no llamarle, pues me decía a mí misma que, en realidad, yo ya no quería ser monjita, aunque en el tiempo de mi infancia lo decía y lo deseaba. Recordaba que en la ciudad de El Rama, Zelaya - Nicaragua, donde crecí, había un gran convento, y de camino a casa de mi abuelita siempre pasábamos por allí. Me impresionaban el silencio y la pulcritud en los pasillos. Me gustaría ser una monjita- enfermera que trabajara en un hospital, pensaba a mis 8 ó 9 años. A los 13 ó 14, ya había cambiado de idea.
Aunque pensaba que servía al Señor y estaba en sus caminos, había algo que faltaba en mi vida. Una noche regresé a casa, después de un intenso fin de semana de servir en un retiro para jóvenes, y sentía un gran vacío en mi corazón. Tenía muchas ganas de llorar y no entendía el porqué. Le pregunté al Señor por qué me sentía así. Recordé la tarjeta del sacerdote, del P. Paco, un Agustino Recoleto, que había conocido en California y decidí llamarle. Me impresionó mucho el hecho de que, a pesar de  que no recordaba mi nombre, según me dijo, presentaba a diario al Señor a los pies del Altar, a esa joven que había conocido en el confesionario. Entablamos una bonita amistad y me encomendó a las oraciones de las Misioneras Guadalupanas del Espíritu Santo. Recibía sus llamadas y consejos con mucho agrado, pero en mi corazón aún sentía la resistencia a creer que tenía vocación. También tenía correspondencia con una de las Hermanas del Convento de las Misioneras Guadalupanas en California.
Durante el año 1994, Dios obró en mí poco a poco. Me dio la oportunidad de ir al Convento de las Misioneras Guadalupanas en Miami, pues el P. Paco venía de regreso de una misión en Venezuela y pasaría por Miami por unas horas. Me invitó a la celebración de la Santa Misa, que fue en el Convento de las Hermanas. Nunca olvidaré que ese domingo el Señor me permitió leer tres veces un idéntico texto de su Palabra. Parecía que el Señor deseaba que yo misma me apropiara y repitiera las palabras del profeta Isaías. En efecto ese domingo, la primera lectura estaba tomada del profeta Isaías: "Y percibí la voz del Señor que decía: ¿ A quién enviaré? ¿Y quién irá de parte nuestra? Dije: Heme aquí: envíame a mí" (Is 6, 8). Había servido en mi parroquia de lectora en la misa del mediodía y había leído esas palabras que resonaban en mi corazón. Luego fui al Convento de las Hermanas, para participar de la Santa Misa celebrada por el P. Paco. Se me pidió que hiciera la primera lectura. Cuando regresé a casa, encontré un mensaje de un amigo de otra parroquia, en el que me pedía el favor de que le ayudara en el coro en la Misa de 7:30 de la noche. Esa noche, estaban cortos de lectores, y me pidieron hacer la primera lectura. Era la tercera vez que leía lo mismo y fue después cuando Dios me dio la gracia de poder comprender mi llamado y de apropiarme las palabras del profeta Isaías.
Continué mi vida, mis estudios en el College y mi trabajo en el Banco sin ningún cambio. Muchos opinaban, sugerían y miraban la vocación religiosa en mi. Sin embargo, aún me costaba creerlo así. Recuerdo que a finales del año 1994 llegó a mis manos un pequeño libro, titulado “Haz de la Misa diaria tu vida”. Me conmovió el llamado de la Virgen, Reina de la Paz: el invitarnos no sólo a ir a Misa los domingos sino de hacer nuestra vida la Misa diaria. Esa fue mi resolución de Año Nuevo: ir a Misa todos los días antes de llegar a mi trabajo. Empecé a tener más deseos de estar con Jesús en el silencio del Sagrario y Dios me fue seduciendo y convenciendo para dar el paso. No lo comentaba con nadie. El don sagrado e inmerecido de la vocación debe ser tomado seriamente y sin terceros. Este asunto era entre Él y yo.
Fue un año lleno de gracia diaria; el Señor me preparaba y me fortalecía para que así pudiese responder. En febrero del año 1995, fui encargada de los Jóvenes de la Renovación Carismática Hispana en la Arquidiócesis de Miami. Deseaba servir con todo mi corazón en el Ministerio y recuerdo que deseaba que todo fuese consagrado al Corazón Inmaculado de María, que todo fuese renovado por la presencia y el amor materno de nuestra Señora, que fuésemos jóvenes amantes y devotos de la Virgen. Aunque no fue un liderazgo fácil, el Señor me mantuvo el tiempo que fue su voluntad.
En los meses sucesivos fui invitada al mismo retiro en el cual había conocido al P. Paco en Los Ángeles, CA. No tenía medios económicos para hacer un viaje de este estilo y no me ilusionaba mucho el volver a lo que ya había asistido anteriormente. Mi negativa no era la última palabra. Tres días después del retiro de jóvenes, había un encuentro de líderes (ECCLE) en una ciudad cercana de Los Ángeles, CA, y providencialmente la RCCH costearía todos los gastos para los líderes enviados. Le informé al P. Paco de lo que iba a acontecer en las próximas semanas, y me dijo que no me preocupara por los tres días entre retiro y retiro, que se lo dejara en sus manos. Él estaría confesando todo el fin de semana a los jóvenes en la ciudad de Los Ángeles. Al terminar el retiro, me encontraría y me llevaría a un lugar muy especial. Para mi sorpresa, después de viajar un par de horas, paramos frente al Convento de las Misioneras Guadalupanas del Espíritu Santo. Me quedé con las Hermanas durante tres días. Me parece que, providencialmente, la mayoría de las Hnas. estaban tomando un curso fuera del Convento durante toda la mañana y parte de la tarde por esa semana. Tuve la oportunidad y la bendición de estar con Jesús a solas frente al Sagrario. Al cabo de los tres días, salí con el convencimiento de mi vocación religiosa, que me hacía brincar de alegría y, a la vez, llorar de temor, ante tan gran llamado. En muchas ocasiones, me han preguntado qué fue lo que vi o sentí en esos tres días. En realidad, todo fue tan normal y ordinario que, en la soledad y el silencio, Dios me convenció de que mi vida debería ser toda para El.
Me sentí como el joven rico del Evangelio: el Señor Jesús me miró y me amó. Con su dulce y misericordiosa mirada, me invitaba a seguirle. Sé que mi vocación es producto de su infinita Misericordia y de su Amor eterno. Cuando vuelvo mi mirada hacia el pasado, puedo ver los tantos cuidados de María Santísima, mi Madre. Ella me cuidaba para que llegase preparada a este momento, y así pudiese dar una respuesta a la invitación de su Hijo. Le agradeceré siempre tanto a la Virgen su constante presencia y sus continuos cuidados para que mi carne y el mundo no ahogaran o, pusieran en peligro mi vocación. No sé qué hubiera sido de mí sin Ella.

TANTO AMOR SEÑOR: sé que me has mirado, sé que me has amado y que, desde toda la eternidad, para ti, Señor, me habías consagrado. Sentir tanto amor, saber de tu elección, colma de alegría mi corazón. He escuchado tu llamado. He conocido que me habías dado tu perdón y, que por mí en la Cruz tu Sangre habías derramado. Reconoceré siempre tus cuidados, ya que absolutamente nada me ha faltado, pues tú, Señor, junto a mí habías estado, y al cuidado de tu Madre me habías dejado.Yo siempre agradezco el que me hayas amado y que por mí en el altar te hayas quedado.
Al volver de regreso a Miami, sólo tenía una idea fija en mi mente, y era ésta: antes de hacer alguna decisión, debo hablar con la Madre Adela Galindo. Recordaba que la Madre, en una ocasión, había venido a mi parroquia, a darnos una charla sobre la Virgen Santísima, y me encantó tanto que pensaba que, si Dios me quería para religiosa, yo desearía ser una de esas que aman a la Virgen, como las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María. Cuando llegué a casa, llamé al Convento de las Siervas, y resulta que las Hermanas estaban de peregrinación; así que tuve que esperar unas cuantas semanas antes de tener la entrevista con la Madre Adela Galindo.
En una ocasión en que tenía una cita con el P. Jordi Rivero, en la parroquia de San Miguel Arcángel, durante la oración inicial que él hacía, empecé a llorar y me preguntó qué me pasaba. En realidad, hacía unos pocos minutos que había asistido a Misa, y le conté que pensaba que me estaba volviendo loca, pues hacía tres meses que durante la elevación del Señor en la Santa Misa y ante las palabras "He aquí el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo. Dichosos lo llamados a la Cena del Señor", mi corazón palpitaba rápidamente, y un inevitable llanto se apoderaba de mí, sin explicación. El P. Jordi me aconsejó orar mucho y pedirle al Señor me revelara su voluntad, pues él intuía mi vocación. Me aconsejó visitar y conocer a las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.
En cuanto Dios permitió mi entrevista con la Madre Adela, conté sencillamente lo que en mi vida había acontecido en los últimos meses. Me permitió empezar un período de discernimiento con la Comunidad y recibir retiros vocacionales que ayudaran al proceso. En Octubre del mismo año, renuncié a mi cargo de liderazgo con el propósito de discernir seriamente y dedicarme a mi llamado. Empecé el visitantado en la Comunidad de las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María. Ingresé como postulante el 16 de Julio de 1996, en la Fiesta de la Virgen Santísima del Carmen. Ingresé en mi Noviciado el 13 de mayo de 1997, en la Fiesta de Nuestra Señora de Fátima. Profesé mis primeros Votos el 12 de diciembre de 1998, con el nombre de Hna. Martha María del Corazón Doloroso bajo la mirada amorosa de Santa María de Guadalupe.

Con gran alegría, y bajo el manto de la Inmaculada, recurro al Señor y le pido con todo mi corazón: Quiero cantar tu amor y tu justicia; para tí, Señor, salmodiar todos los días de mi vida; cursaré el camino de la perfección, sabiendo que sólo así sierva, hija de tu Sierva, seré. (cf. Sal 101,1-2). Pasa por el crisol mi conciencia y corazón y que el amor de tu mirada siempre esté delante de mis ojos, me sirva de apoyo para caminar sin vacilar en mi entereza de cumplir los votos que en compañía de la Virgen deseo con fidelidad día a día profesar (cf. Sal 26,1-3).
Ya has venido, Oh Jesús-Esposo! Me has dado la Vida abundante de la Vocación Religiosa, y continúas viniendo. Dame la gracia de que la Vida abundante que derramas en mí, sepa siempre yo agradecerla, crecer en ella y vivirla de acuerdo a tu Voluntad.
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