María en la
experiencia espiritual de la Iglesia
Audiencia
General, S.S. Juan Pablo II
Miércoles 17 de noviembre de 1995
1. Después de haber comentado en las catequesis anteriores la
consolidación de la reflexión de la comunidad cristiana desde sus
orígenes sobre la figura y el papel de la Virgen en la historia de la
salvación, nos detenemos hoy a meditar en la
experiencia mariana de
la Iglesia.
El desarrollo de la reflexión mariológica y del culto a la Virgen
en el decurso de los siglos ha contribuido a poner cada vez más de
relieve la dimensión mariana de la Iglesia. Ciertamente, la Virgen
santísima está totalmente referida a Cristo, fundamento de la fe y de
la experiencia eclesial, y a él conduce. Por eso, obedeciendo a Jesús,
que reservó a su Madre un papel completamente especial en la economía
de la salvación, los cristianos han venerado, amado y orado a María de
manera particularísima e intensa. Le han atribuido un posición de
relieve en la fe y en la piedad, reconociéndola como camino
privilegiado hacia Cristo, mediador supremo.
La dimensión mariana de la Iglesia constituye así un elemento
innegable en la experiencia del pueblo cristiano. Esa dimensión se
revela en numerosas manifestaciones de la vida de los creyentes,
testimoniando el lugar que ha asumido María en su corazón. No se trata
de un sentimiento superficial, sino de un vinculo afectivo profundo y
consciente arraigado en la fe, que impulsa a los cristianos de ayer y de
hoy a recurrir habitualmente a María, para entrar en una comunión mas
intima con Cristo.
2. Después de la plegaria más antigua, formulada en Egipto por las
comunidades cristianas del siglo III para suplicar a la Madre de Dios
protección en el peligro, se multiplicaron las invocaciones
dirigidas a Aquélla que los bautizados consideran muy poderosa en su
intercesión ante el Señor.
Hoy, la plegaria más común es el Ave María, cuya primera parte
consta de palabras tomadas del Evangelio (cf. Lc. 1,28,42). Los
cristianos aprenden a rezarla en el hogar, ya desde su infancia
recibiéndola como un don precioso que es preciso conservar durante toda
la vida. Esta misma plegaria, repetida decenas de veces en el rosario,
ayuda a muchos fieles a entrar en la contemplación orante de los
misterios evangélicos y a permanecer a veces durante mucho tiempo en
contacto íntimo con la Madre de Jesús. Ya desde la Edad Media, el Ave
María es la oración más común de todos los creyentes, que piden a la
santa Madre del Señor que nos acompañe y nos proteja en el camino de
su existencia diaria (cf. Marialis cultus, 42-55).
El pueblo cristiano, además , ha manifestado su amor a María
multiplicando las expresiones de su devoción: himnos, plegarias y
composiciones poéticas sencillas, o a veces de gran valor impregnadas
del mismo amor a aquélla que el Crucificado entregó a los hombres como
Madre. Entre éstas algunas como el himno Akáthistos y la Salve,
Regina, han marcado profundamente la vida de fe del pueblo creyente.
La piedad mariana ha dado origen también, a una riquísima
producción artística, tanto en Oriente como en Occidente, que ha hecho
apreciar a enteras generaciones la belleza espiritual de María.
Pintores, escultores, músicos y poetas han dejado obras maestras que,
poniendo de relieve los diversos aspectos de la grandeza de la Virgen,
ayudan a comprender mejor el sentido y el valor de su elevada
contribución a la obra de la redención.
El arte cristiano ha encontrado en María la realización de una
humanidad nueva, que responde al proyecto de Dios y, por ello,
constituye un signo sublime de esperanza para la humanidad entera.
3. Ese mensaje no podía menos de ser captado por los cristianos
llamados a una vocación de consagración especial. En efecto, en las
órdenes y congregaciones religiosas, en los institutos o asociaciones
de vida consagrada, María es venerada de un modo especial. Numerosos
institutos pero no sólo femeninos llevan en su título el nombre de
María. Ahora bien, más allá de las manifestaciones externas, la
espiritualidad de las familias religiosas, así como de muchos
movimientos eclesiales, alguno de ellos específicamente marianos, pone
de manifiesto su vínculo especial con María, como garantía de un
carisma vivido con autenticidad y plenitud.
Esa referencia mariana en la vida de personas particularmente
favorecidas por el Espíritu Santo ha desarrollado también la
dimensión mística, que muestra como el pueblo cristiano puede
experimentar en lo más íntimo de su ser la intervención de María.
La referencia a María aún no sólo a los cristianos comprometidos,
sino también a los creyentes de fe sencilla, e incluso a los alejados,
para los cuales, a menudo, constituye tal vez el único vínculo con la
vida eclesial. Signo de este sentimiento común del pueblo cristiano
hacia la Madre del Señor son las peregrinaciones a los santuarios
marianos, que atraen durante todo el año, a numerosas multitudes de
fieles. Algunos de estos baluartes de la piedad mariana son muy
conocidas, como Lourdes, Fátima, Loréto, Pompeya, Guadalupe o
Czestochowa. Otros son conocidos sólo a nivel nacional o local. En
todos el recuerdo de acontecimientos vinculados al recurso a María
transmite el mensaje de su ternura materna, abriendo el corazón a la
gracia divina.
Esos lugares de oración mariana son testimonio magnifico de la
misericordia de Dios, que llega al hombre por intercesión de María.
Milagros de curación corporal, de rescate espiritual y de conversión,
son el signo evidente de que María continua, con Cristo y en el
Espíritu, su obra de auxiliadora y de Madre.
4. A menudo los santuarios marianos se transforman en centros de
evangelización. En efecto, también en la iglesia de hoy, como en la
comunidad que esperaba Pentecostés, la oración en compañía de María
impulsa a muchos cristianos al apostolado y al servicio a los hermanos.
Deseo recordar aquí de modo especial el gran influjo de la piedad
mariana sobre el ejercicio de la caridad de las obras de misericordia.
Estimulado por la presencia de María, los creyentes con frecuencia han
sentido la necesidad de dedicarse a los pobres, a los desheredados y a
los enfermos, a fin de ser para los últimos de la tierra el signo de la
protección materna de la Virgen, icono vivo de la misericordia del
Padre.
Todo ello pone claramente de manifiesto que la dimensión mariana
penetra toda la vida de la Iglesia. El anuncio de la Palabra, la
liturgia las diversas expresiones caritativas y culturales encuentran en
la referencia a María una ocasión de enriquecimiento y renovación.
El pueblo de Dios, bajo la guía de sus pastores, está llamado a
discernir en este hecho la acción del Espíritu Santo que ha impulsado
la fe cristiana por el camino del descubrimiento del rostro de María. Es
él quien obra maravillas en los lugares de piedad mariana. Es él quien
estimula el conocimiento y el amor a María, conduce a los fieles a la escuela
de la Virgen del Magníficat para aprender a leer los signos de
Dios en la historia y a adquirir la sabiduría que convierte a todo
hombre y a toda mujer en constructores de una nueva humanidad.