1. Al ángel que le anuncia la concepción y el nacimiento de
Jesús, María dirige una pregunta: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco
varón?» (Lc 1,34). Esa pregunta resulta, por lo menos, sorprendente si
recordamos los relatos bíblicos que refieren el anuncio de un nacimiento
extraordinario a una mujer estéril. En esos casos se trata de mujeres casadas,
naturalmente estériles, a las que Dios ofrece el don del hijo a través de la
vida conyugal normal (cf. IS 1,19-20), como respuesta a oraciones conmovedoras
(cf. Gn 15,2; 30,22-23; IS 1,10; Lc 1,13).
Es diversa la situación en que María recibe el anuncio del
ángel. No es una mujer casada que tenga problemas de esterilidad; por elección
voluntaria quiere permanecer virgen. Por consiguiente, su propósito de
virginidad, fruto de amor al Señor, constituye, al parecer, un obstáculo a la
maternidad anunciada.
A primera vista, las palabras de María parecen expresar
solamente su estado actual de virginidad: María afirmaría que no «conoce»
varón, es decir, que es virgen. Sin embargo, el contexto en el que plantea la
pregunta «¿cómo será eso?» y la afirmación siguiente «no conozco varón» ponen
de relieve tanto la virginidad actual de María como su propósito de permanecer
virgen. La expresión que usa, con la forma verbal en presente, deja traslucir
la permanencia y la continuidad de su estado.
2. María, al presentar esta dificultad, lejos de oponerse
al proyecto divino, manifiesta la intención de aceptarlo totalmente. Por lo
demás, la joven de Nazaret vivió siempre en plena sintonía con la voluntad
divina y optó por una vida virginal con el deseo de agradar al Señor. En
realidad, su propósito de virginidad la disponía a acoger la voluntad divina
«con todo su yo, humano, femenino, y en esta respuesta de fe estaban
contenidas una cooperación perfecta con la gracia de Dios que previene y
socorre y una disponibilidad perfecta a la acción del Espíritu Santo» (Redemptoris
Mater, 13).
A algunos, las palabras e intenciones de María les parecen
inverosímiles, teniendo presente que en el ambiente judío la virginidad no se
consideraba un valor real ni ideal. Los mismos escritos del Antiguo Testamento
lo confirman en varios episodios y expresiones conocidos. El libro de los
Jueces refiere, por ejemplo, que la hija de Jefté, teniendo que afrontar la
muerte siendo aún joven núbil, llora su virginidad, es decir, se lamenta de no
haber podido casarse (cf. Jc 11,38). Además, en virtud del mandato divino «Sed
fecundos y multiplicaos» (Gn 1,28), el matrimonio es considerado la vocación
natural de la mujer, que conlleva las alegrías y los sufrimientos propios de
la maternidad.
3. Para comprender mejor el contexto en que madura la
decisión de María, es preciso tener presente que, en el tiempo que precede
inmediatamente el inicio de la era cristiana, en algunos ambientes judíos se
comienza a manifestar una orientación positiva hacia la virginidad. Por
ejemplo, los esenios, de los que se han encontrado numerosos e importantes
testimonios históricos en Qumrán, vivían en el celibato o limitaban el uso del
matrimonio, a causa de la vida común y para buscar una mayor intimidad con
Dios.
Además, en Egipto existía una comunidad de mujeres, que,
siguiendo la espiritualidad esenia, vivían en continencia. Esas mujeres, las
Terapeutas, pertenecientes a una secta descrita por Filón de Alejandría (cf.
De vita contemplativa, 21-90), se dedicaban a la contemplación y buscaban la
sabiduría.
Tal vez María no conoció esos grupos religiosos judíos que
seguían el ideal del celibato y de la virginidad. Pero el hecho de que Juan
Bautista viviera probablemente una vida de celibato, y que la comunidad de sus
discípulos la tuviera en gran estima, podría dar a entender que también el
propósito de virginidad de María entraba en ese nuevo contexto cultural y
religioso.
4. La extraordinaria historia de la Virgen de Nazaret no
debe, sin embargo, hacernos caer en el error de vincular completamente sus
disposiciones íntimas a la mentalidad del ambiente, subestimando la unicidad
del misterio acontecido en ella. En particular, no debemos olvidar que María
había recibido, desde el inicio de su vida, una gracia sorprendente, que el
ángel le reconoció en el momento de la Anunciación. María, «llena de gracia» (Lc
1,28), fue enriquecida con una perfección de santidad que, según la
interpretación de la Iglesia, se remonta al primer instante de su existencia:
el privilegio único de su Inmaculada Concepción influyó en todo el desarrollo
de la vida espiritual de la joven de Nazaret.
Así pues, se debe afirmar que lo que guió a María hacia el
ideal de la virginidad fue una inspiración excepcional del mismo Espíritu
Santo que, en el decurso de la historia de la Iglesia, impulsaría a tantas
mujeres a seguir el camino de la consagración virginal.
La presencia singular de la gracia en la vida de María
lleva a la conclusión de que la joven tenía un compromiso de virginidad.
Colmada de dones excepcionales del Señor desde el inicio de su existencia,
está orientada a una entrega total, en alma y cuerpo, a Dios en el
ofrecimiento de su virginidad.
Además, la aspiración a la vida virginal estaba en armonía
con aquella «pobreza» ante Dios, a la que el Antiguo Testamento atribuye gran
valor. María, al comprometerse plenamente en este camino, renuncia también a
la maternidad, riqueza personal de la mujer, tan apreciada en Israel. De ese
modo, «ella misma sobresale entre los humildes y los pobres del Señor, que
esperan de él con confianza la salvación y la acogen» (Lumen gentium, 55).
Pero, presentándose como pobre ante Dios, y buscando una fecundidad sólo
espiritual, fruto del amor divino, en el momento de la Anunciación María
descubre que el Señor ha transformado su pobreza en riqueza: será la Madre
virgen del Hijo del Altísimo. Más tarde descubrirá también que su maternidad
está destinada a extenderse a todos los hombre que el Hijo ha venido a salvar
(cf. Catecismo de la Iglesia católica, n.501).