
Comisión
Teológica Internacional
EL DIACONADO FEMENINO
La Mujer No Puede Representar La Relación de Cristo con la Iglesia
Explicación del
diaconado (y el sacerdocio) de la Iglesia católica reservado a los
hombres.
Habla el profesor Gerhard Ludwig Müller,
MUNICH, 16 enero 2002,
www.zenit.org
En su asamblea anual, celebrada en diciembre del 2001en
Roma, la Comisión Teológica Internacional de la Congregación para la
Doctrina de la Fe trató el tema del diaconado. Al margen de la sesión,
el profesor Gerhard Ludwig Müller, catedrático de Teología en la
Universidad de Munich y profesor invitado en la Facultad de Teología
de San Dámaso de Madrid, resumió en una amplia entrevista al periódico
católico alemán «Die Tagespost» los resultados de la discusión, que
han sido reunidos en un documento entregado al cardenal Joseph
Ratzinger. Müller explica que el diaconado no es un sacramento a
parte, sino que participa del único sacramento del orden. De este
modo, afronta la cuestión del diaconado de las mujeres, explicando que
nunca se han dado casos de ordenación sacerdotal de mujeres,
posibilidad excluida en varias ocasiones por la Iglesia católica.
Estos son algunos de los pasajes más interesantes de la entrevista.
--¿Es el diaconado un sacramento propio?
--Müller: La Iglesia enseña con claridad que el sacramento del Orden
es uno de los siete sacramentos de la Iglesia; como ejercicio pleno,
en el Espíritu Santo, de la misión única en su origen de los apóstoles
de Cristo, es ejercido en su plenitud por el obispo. La participación
diferenciada en él se denomina, según el grado de su concreción,
presbiterado o diaconado.
--¿Se puede separar acaso el diaconado de las mujeres del sacerdocio
femenino?
--Müller: ¡No! Por razón de la unidad del sacramento del Orden, que ha
sido subrayada en las deliberaciones de la Comisión Teológica, no se
puede medir con diferente rasero. Sería entonces una verdadera
discriminación de la mujer si se la considerara apta para el
diaconado, pero no para el presbiterado o el episcopado. Se rompería
de raíz la unidad del sacramento si, al diaconado como ministerio del
servicio, se opusiera el presbiterado como ministerio del gobierno, y
de ello se dedujera que la mujer tiene, a diferencia del varón, una
mayor afinidad para servir, y por ello sería apta para el diaconado
pero no para el presbiterado. Pero el ministerio apostólico en su
conjunto es un servicio en los tres grados en los que es ejercido. La
Iglesia no ordena a las mujeres no porque les falte algún don
espiritual o algún talento natural, sino porque –como en el sacramento
del matrimonio– la diferenciación sexual y de relación entre hombre y
mujer contiene en sí un simbolismo que presenta y representa en sí una
condición previa para expresar la dimensión salvífica de la relación
de Cristo y la Iglesia. Si el diácono, con el obispo y el presbítero,
a partir de la unidad radical de los tres grados del Orden, actúa
desde Cristo, cabeza y esposo de la Iglesia a favor de la Iglesia, es
evidente que sólo un hombre puede representar esta relación de Cristo
con la Iglesia. Y al revés es igualmente evidente que Dios sólo podía
tomar su naturaleza humana de una mujer, y por ello también el género
femenino tiene en el orden de la gracia –por la referencia interna de
naturaleza y gracia– una importancia inconfundible, fundamental, y en
modo alguno meramente accidental.
--¿Hay en realidad declaraciones doctrinales vinculantes acerca de la
cuestión del diaconado femenino?
--Müller: La tradición litúrgica y teológica de la Iglesia emplea un
lenguaje unívoco. Se trata en este asunto de una enseñanza vinculante
e irreversible de la Iglesia, que está garantizada por el magisterio
ordinario y general de la Iglesia, pero que puede ser confirmada
nuevamente con una mayor autoridad si se continúa presentando de modo
adulterado la tradición doctrinal de la Iglesia, con el fin de forzar
la evolución en una determinada dirección. Me asombra el escaso
conocimiento histórico de algunos y la ausencia del sentido de la fe;
si no fuera así, deberían saber que nunca se ha logrado y nunca se
conseguirá poner a la Iglesia, precisamente en el ámbito central de su
doctrina y liturgia, en contradicción con la Sagrada Escritura y con
su propia Tradición.
--¿Qué ocurre si un obispo válidamente ordenado, fuera de la comunión
de la Iglesia, ordena a una mujer como diaconisa?
--Müller: De modo invisible, es decir, ante Dios, no sucede nada, pues
tal ordenación es inválida. Visiblemente, es decir, en la Iglesia, sí
sucede algo, pues un obispo católico que lleva a cabo una ordenación
irregular incurre en la pena de excomunión.
--¿Podría el Papa decidir que, en el futuro, las mujeres recibieran el
diaconado?
--Müller: El Papa, al contrario de lo que piensan muchos, no es el
dueño de la Iglesia o el soberano absoluto de su doctrina.. A él sólo
le está confiada la tutela de la Revelación y de su interpretación
auténtica. Teniendo en consideración la fe de la Iglesia, que se
expresa en su práctica dogmática y litúrgica, es del todo imposible
que el Papa intervenga en la sustancia de los sacramentos, a la que
pertenece de modo esencial la cuestión del sujeto receptor legítimo
del sacramento del Orden.
--¿Están excluidas las mujeres por completo de la participación en los
servicios eclesiales? ¿No hay lugar para las mujeres en la Iglesia?
--Müller: Si dejamos a un lado una reducción clerical de la Iglesia,
la pregunta no se plantea ya de este modo. La Iglesia, en sus procesos
vitales y en su servicio al hombre, es una corresponsabilidad esencial
de todos los cristianos, precisamente también de los laicos; en muchos
países no podemos quejarnos actualmente de un exceso de apostolado
activo de los laicos. Pensemos en el dramático retroceso de las
Órdenes y comunidades religiosas femeninas, sin las que la Iglesia no
hubiera enraizado nunca en las diferentes naciones y culturas. En los
ministerios específicos de Derecho canónico y humano, a los que pueden
ser también llamados los laicos a colaborar junto con la jerarquía, es
decir, obispo, presbítero y diácono, las mujeres desempeñan servicios
importantes para la Iglesia, y que también para ellas mismas son
satisfactorios desde el punto de vista humano y espiritual. Lo que hoy
en día llevan a cabo las mujeres como profesoras de Religión,
profesoras de Teología, agentes de pastoral, y
también las actividades no retribuidas en las comunidades, va mucho
más allá de lo que hacían las diaconisas de la Iglesia primitiva. El
restablecimiento del antiguo ministerio de las diaconisas sería
únicamente un anacronismo divertido. Por el contrario, el Concilio ha
marcado las directrices del futuro de la colaboración de los laicos en
el capítulo 4 de la Constitución «Lumen gentium», por desgracia poco
estudiado.