
"El
don de la comunión"
Audiencia General del 29 de marzo de 2006
Fuente:
Zenit
Ver también:
Benedicto XVI
«En la Iglesia el
Señor sigue siendo siempre nuestro contemporáneo»
Queridos hermanos y hermanas:
A través del ministerio apostólico, la Iglesia, comunidad reunida por el
Hijo de Dios hecho carne, vivirá a través de los tiempos, edificando y
alimentando la comunión en Cristo y en el Espíritu, a la que todos están
llamados y en la que pueden experimentar la salvación entregada por el
Padre. Los doce apóstoles --como dice el Papa Clemente, tercer sucesor
de Pedro, al final del siglo I-- se preocuparon por constituir a
sucesores suyos (Cf. 1 Clemente 42, 4) para que la misión que se les
confío continuara después de la muerte. A través de los siglos, la
Iglesia, estructurada bajo la guía de los legítimos pastores, ha seguido
viviendo en el mundo como misterio de comunión, en el que se refleja en
cierto sentido la misma comunión trinitaria, el misterio del mismo Dios.
El apóstol Pablo menciona ya este supremo manantial trinitario cuando
desea a sus cristianos: «La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios
y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros» (2 Corintios
13, 13). Estas palabras, probable eco del culto de la Iglesia naciente,
subrayan cómo el don gratuito del amor del Padre en Jesucristo se
realiza y se expresa en la comunión que actúa el Espíritu Santo. Esta
interpretación, basada en la inmediata relación que establece el texto
entre los tres genitivos («la gracia del Señor Jesucristo, el amor de
Dios y la comunión del Espíritu Santo»), presenta la «comunión» como don
específico del Espíritu, fruto del amor entregado por Dios Padre y de la
gracia ofrecida por el Señor Jesús.
Además, el contexto, caracterizado por la insistencia en la comunión
fraterna, nos lleva a ver en la «koinonía» del Espíritu Santo no sólo la
«participación» en la vida divina de manera casi individual, como si
cada uno estuviera por su lado, sino también lógicamente la «comunión»
entre los creyentes, que el Espíritu mismo suscita como su artífice y
principal agente (Cf. Filipenses 2, 1). Podría afirmarse que gracia,
amor y comunión, referidos respectivamente a Cristo, al Padre y al
Espíritu, son diferentes aspectos de la única acción divina por nuestra
salvación, acción que crea la Iglesia y que hace de la Iglesia --como
dice san Cipriano en el siglo III-- «una muchedumbre reunida por la
unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» («De oratione
dominica», 23: PL 4,536, citado en «Lumen gentium», 4).
La idea de la comunión como participación en la vida trinitaria es
iluminada con particular intensidad en el Evangelio de Juan, donde la
comunión de amor que une al Hijo con el Padre y con los hombres es al
mismo tiempo el modelo y el manantial de la unión fraterna, que tiene
que unir a los discípulos entre sí: «amaos los unos a los otros como yo
os he amado» (Juan 15, 12; Cf. 13, 34). «Que ellos también sean uno en
nosotros» (Juan17, 21. 22). Por tanto, comunión de los hombres con el
Dios Trinitario y comunión de los hombres entre sí. En el tiempo de la
peregrinación terrena, el discípulo, a través de la comunión con el
Hijo, puede participar ya en la su vida divina y en la del Padre:
«nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo» (1
Juan 1, 3). Esta vida de comunión con Dios y entre nosotros es la
finalidad propia del anuncio del Evangelio, la finalidad de la
conversión al cristianismo: «lo que hemos visto y oído, os lo
anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros»
(1 Juan 1,3). Por tanto, esta doble comunión con Dios y entre nosotros
es inseparable. Allí donde se destruye la comunión con Dios, que es
comunión con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo, se destruye
también la raíz y el manantial de la comunión entre nosotros. Y donde no
se vive la comunión entre nosotros, tampoco puede ser viva ni verdadera
la comunión con el Dios Trinitario, como hemos escuchado.
Demos ahora un ulterior paso. La comunión --fruto del Espíritu Santo--
se alimenta del Pan eucarístico (Cf. 1 Corintios, 10, 16-17) y se
expresa en las relaciones fraternas, en una especie de anticipación en
el mundo futuro. En la Eucaristía, Jesús nos alimenta, nos une con él,
con el Padre y con el Espíritu Santo y entre nosotros, y esta red de
unidad que abraza al mundo es una anticipación del mundo futuro en
nuestro tiempo. Dado que es anticipación del futuro, la comunión es un
don que tiene también consecuencias muy reales, nos hace salir de
nuestras soledades, de la cerrazón en nosotros mismos, y nos permite
participar en el amor que nos une a Dios y entre nosotros. Para
comprender la grandeza de este don basta pensar en las divisiones y
conflictos que afligen a las relaciones entre individuos, grupos y
pueblos enteros. Y si no se da el don de la unidad en el Espíritu Santo,
la división de la humanidad es inevitable. La «comunión» es
verdaderamente una buena nueva, el remedio que nos ha dado el Señor
contra la soledad que hoy amenaza a todos, el don precioso que nos hace
sentirnos acogidos y amados en Dios, en la unidad de su Pueblo, reunido
en el nombre de la Trinidad; es la luz que hace resplandecer a la
Iglesia como signo alzado entre los pueblos: «Si decimos que estamos en
comunión con él, y caminamos en tinieblas, mentimos y no obramos la
verdad. Pero si caminamos en la luz, como él mismo está en la luz,
estamos en comunión unos con otros» (1 Juan 1, 6-7). La Iglesia se
presenta de este modo, a pesar de todas las fragilidades humanas que
forman parte de su fisonomía histórica, como una maravillosa creación de
amor, constituida para hacer que Cristo esté cerca de todo hombre y de
toda mujer que quiera encontrarse con él verdaderamente, hasta el final
de los tiempos. Y en la Iglesia el Señor sigue siendo siempre nuestro
contemporáneo. La Escritura no es algo del pasado. El Señor no habla en
el pasado, sino que habla en el presente, hoy habla con nosotros, nos da
luz, nos muestra el camino de la vida, nos da comunión y de este modo
nos prepara y nos abre a la luz.
[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la
audiencia el Papa saludó a los peregrinos de lengua española. Estas
fueron sus palabras:]
Queridos hermanos y hermanas:
A lo largo de los siglos, la Iglesia, bajo la guía de sus pastores, ha
vivido en el mundo como misterio de comunión. Las palabras de San Pablo:
«la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del
Espíritu Santo sean con todos vosotros», manifiestan que el don gratuito
del amor del Padre en el Hijo se realiza y expresa en la comunión
actuada por el Espíritu Santo. Gracia, amor y comunión, son aspectos
diversos de la única «economía» de la salvación, que hace de la Iglesia
«un pueblo congregado por la unidad».
Esta comunión, que se nutre del Pan eucarístico y se expresa en las
relaciones fraternas, es verdaderamente la Buena Noticia; el don
precioso que nos hace sentir acogidos y amados en Dios. La Iglesia,
Pueblo reunido en el nombre de la Trinidad, se revela así como una
maravillosa creación de amor, hecha para acercar a Cristo a los hombres.
Saludo a los peregrinos de España y América Latina, especialmente a los
alumnos del Seminario Menor de la Asunción de Santiago de Compostela, a
los fieles de las parroquias de San Andrés de Borrassá, San Juan de
Mata, San Pedro de Ciudad Real, así como a los alumnos del Colegio de
las Esclavas de Santander, Cristo Rey de Benifayó, Jesús-María de
Barcelona y Fray Luis de Granada. Vivid en comunión fraterna, "amándoos
los unos a los otros" y anunciando, así, el Evangelio a todos los
hombres.