Audiencia General
"La humanidad es una
sola familia"
S.S. Benedicto XVI
Julio 8, 2009
www.zenit.org
Queridos
hermanos y hermanas:
Mi nueva encíclica "Caritas in veritate", que ayer se presentó
oficialmente, se inspira en su visión fundamental en un pasaje
de la carta de san Pablo a los Efesios, en el que el apóstol
habla del actuar según la verdad en la caridad: "Actuando --lo
acabamos de escuchar-- según la verdad en la caridad, crecemos
en todo hasta aquel que es la cabeza, Cristo" (4, 15). La
caridad en la verdad es, por tanto, la principal fuerza
propulsora para el verdadero desarrollo de cada persona y de
toda la humanidad. Por esto, en torno al principio "caritas in
veritate", gira toda la doctrina social de la Iglesia. Sólo con
la caridad, iluminada por la razón y por la fe, es posible
conseguir objetivos de desarrollo con un valor human y
humanizador. La caridad en la verdad "es el principio sobre el
que gira la doctrina social de la Iglesia, un principio que
adquiere forma operativa en criterios orientadores de la acción
moral" (n. 6). La encíclica alude en seguida en la introducción
a dos criterios fundamentales: la justicia y el bien común. La
justicia es parte integrante de ese amor "con los hechos y en la
verdad" (1 Juan 3,18), a la que exhorta el apóstol Juan (Cf. n.
6). Y "amar a alguien es querer su bien y obrar eficazmente por
él. Junto al bien individual, hay un bien ligado a la vida
social de las personas... Se ama al prójimo tanto más
eficazmente, cuanto más se trabaja" por el bien común. Por
tanto, dos son los criterios operativos, la justicia y el bien
común; gracias a éste último, la caridad adquiere una dimensión
social. Todo cristiano --dice la encíclica-- está llamado a esta
caridad, y añade: "Ésta es la vía institucional... de la
caridad" (cfr n. 7).
Como otros documentos del Magisterio, también esta encíclica
retoma, continúa y profundiza el análisis y la reflexión de la
Iglesia sobre cuestiones sociales de vital interés para la
humanidad de nuestro tiempo. De modo especial, enlaza con cuanto
escribió Pablo VI, hace ahora más de cuarenta años, en la
"Populorum progressio", piedra angular de la enseñanza social de
la Iglesia, en la que el gran pontífice traza algunas líneas
decisivas, y siempre actuales, para el desarrollo integral del
hombre y del mundo moderno. La situación mundial, como
ampliamente demuestra la crónica de los últimos meses, sigue
presentando no pocos problemas y el "escándalo" de desigualdades
clamorosas, que permanecen a pesar de los compromisos adoptados
en el pasado. Por una parte, se registran signos de graves
desequilibrios sociales y económicos; por la otra, se invocan
desde muchas partes reformas que no pueden demorarse por más
tiempo para superar la brecha en el desarrollo de los pueblos.
El fenómeno de la globalización puede, en este sentido,
constituir una oportunidad real, pero por esto es importante que
se acometa una profunda renovación moral y cultural y un
discernimiento responsable sobre las elecciones que hay que
realizar para el bien común. Un futuro mejor para todos es
posible, si se funda en el descubrimiento de los valores éticos
fundamentales. Es necesaria por tanto una nueva proyección
económica que vuelva a diseñar el desarrollo de forma global,
basándose en el fundamento ético de la responsabilidad ante Dios
y ante el ser humano como criatura de Dios.
La encíclica ciertamente no mira a ofrecer soluciones técnicas a
las grandes problemáticas sociales del mundo actual --no es la
competencia del magisterio de la Iglesia (Cf. n. 9)--. Ésta
recuerda sin embargo los grandes principios que se revelan
indispensables para construir el desarrollo humano en los
próximos años. Entre éstos, en primer lugar, la atención a la
vida del hombre, considerada como centro de todo verdadero
progreso; el respeto del derecho a la libertad religiosa,
siempre unido íntimamente al desarrollo del hombre; el rechazo
de una visión prometeica del ser humano, que lo considera
artífice absoluto de su propio destino. Una ilimitada confianza
en las potencialidades de la tecnología se revelaría finalmente
ilusoria. Se necesitan hombres rectos tanto en la política
cuanto en la economía, que estén sinceramente atentos al bien
común. En particular, viendo las emergencias mundiales, es
urgente llamar la atención de la opinión pública ante el drama
del hambre y de la seguridad alimentaria, que afecta a una parte
considerable de la humanidad. Un drama de tales dimensiones
interpela a nuestra conciencia: es necesario afrontarlo con
decisión, eliminando las causas estructurales que lo provocan y
promoviendo el desarrollo agrícola de los países más pobres.
Estoy seguro de que esta vía solidaria al desarrollo de los
países más pobres ayudará ciertamente a elaborar un proyecto de
solución de la crisis global actual. Indudablemente debe
revalorarse atentamente el papel y el poder político de los
Estados, en una época en la que existen de hecho limitaciones a
su soberanía a causa del nuevo contexto económico-comercial y
financiero internacional. Y por otro lado, no debe faltar la
participación de los ciudadanos en la política nacional e
internacional, gracias también a un compromiso renovado de las
asociaciones de los trabajadores llamados a instaurar nuevas
sinergias a nivel local e internacional. Un papel de primer
nivel desempeñan, también en este campo, los medios de
comunicación social para la potenciación del diálogo entre
culturas y tradiciones diversas.
Queriendo por tanto programar un desarrollo no viciado por las
disfunciones y distorsiones hoy ampliamente presentes, se impone
por parte de todos una seria reflexión sobre el sentido mismo de
la economía y sobre sus finalidades. Lo exige el estado de salud
ecológica del planeta; lo pide la crisis cultural y moral del
hombre que aparece con evidencia en cada lugar del globo. La
economía tiene necesidad de la ética para su correcto
funcionamiento; necesita recuperar la importante contribución
del principio de gratuidad y de la "lógica del don" en la
economía de mercado, en el que la regla no puede ser el provecho
propio. Pero esto sólo es posible únicamente gracias al
compromiso de todos, economistas y políticos, productores y
consumidores, y presupone una formación de las conciencias que
dé fuerza a los criterios morales en la elaboración de los
proyectos políticos y económicos. Justamente, desde muchas
partes se apela al hecho de que los derechos presuponen deberes
correspondientes, sin los cuales los derechos corren el riesgo
de transformarse en libre arbitrio. Es necesario, se repite cada
vez más, un estilo diverso de vida por parte de toda la
humanidad, en el que los deberes de cada uno hacia el ambiente
se unan con los de la persona considerada en sí misma y en
relación con los demás. La humanidad es una sola familia y el
diálogo fecundo entre fe y razón no puede más que enriquecerla,
haciendo más eficaz la obra de la caridad en lo social,
constituyendo además el marco apropiado para incentivar la
colaboración entre creyentes y no creyentes, en la perspectiva
compartida de trabajar por la justicia y la paz en el mundo.
Como criterios-guía por esta interacción fraterna, en la
encíclica indico los principios de subsidiariedad y de
solidaridad, en estrecha conexión entre sí. He señalado
finalmente, ante problemáticas tan vastas y profundas del mundo
de hoy, la necesidad de una Autoridad política mundial regulada
por el derecho, que se atenga a los mencionados principios de
subsidiariedad y solidaridad y que esté firmemente orientada por
la realización del bien común, en el respeto de las grandes
tradiciones morales y religiosas de la humanidad.
El Evangelio nos recuerda que no sólo de pan vive el hombre: no
sólo con bienes materiales se puede satisfacer la profunda sed
de su corazón. El horizonte del hombre es indudablemente más
alto y más vasto; por esto todo programa de desarrollo debe
tener presente, junto a lo material, el crecimiento espiritual
de la persona humana, que está dotada de alma y cuerpo. Este es
el desarrollo integral, al que constantemente se refiere la
doctrina social de la Iglesia, desarrollo que tiene su criterio
orientador en la fuerza propulsora de la "caridad en la verdad".
Queridos hermanos y hermanas, oremos para que también esta
encíclica pueda ayudar a la humanidad a sentirse una única
familia comprometida en realizar un mundo de justicia y de paz.
Oremos para que los creyentes, que trabajan en los sectores de
la economía y de la política, adviertan cuán importante es la
coherencia de su testimonio evangélico en el servicio que
ofrecen a la sociedad. Particularmente, os invito a rezar por
los jefes de Estado y de Gobierno del G8 que se reúnen en estos
días en L'Aquila. Que de esta importante cumbre mundial broten
decisiones y orientaciones útiles para el verdadero progreso de
todos los pueblos, especialmente de los más pobres. Confiamos
estas intenciones a la maternal intercesión de María, Madre de
la Iglesia y de la humanidad.
[Al final de la audiencia, el Papa saludó a los peregrinos en
varios idiomas. En español, dijo: ]
Queridos hermanos y hermanas:
La encíclica "Caritas in veritate", que ayer se publicó
oficialmente, pone de relieve que la caridad en la verdad es la
principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de la
persona y la humanidad, así como el eje de toda la doctrina
social de la Iglesia. Este documento profundiza la reflexión
eclesial sobre importantes cuestiones sociales, teniendo en
cuenta, sobre todo, cuanto Pablo Sexto dijo en su encíclica
"Populorum progressio". A este respecto, la Iglesia no desea
ofrecer soluciones técnicas a los problemas de nuestros días,
sino recordar los grandes principios sobre los que puede
construirse el desarrollo humano en los próximos años, entre los
que destaca la atención a la vida del hombre, núcleo de
cualquier progreso auténtico. Os exhorto a orar para que esta
Encíclica ayude a la humanidad a sentirse una única familia,
comprometida en la realización de un futuro mejor para todos.
Asimismo, recemos para que en el encuentro de Jefes de Estado y
de Gobierno que se celebra en estos días en L'Aquila se tomen
decisiones que beneficien a todos los pueblos, especialmente a
los más pobres.
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en
particular a los Seminaristas de Lugo, acompañados por su
obispo, monseñor Alfonso Carrasco Rouco, a los jóvenes de la
Parroquia de Illescas, de Toledo, a los miembros de la
Corporación Musical "Santa Cecilia", de Ibagué, a los
participantes en el curso internacional de formadores del Regnum
Christi, así como a los demás grupos procedentes de España,
México, Argentina, Colombia y otros países latinoamericanos. Os
invito a intensificar vuestro conocimiento de la doctrina social
de la Iglesia, para que seáis, con vuestra palabra y ejemplo
personal, sal de la tierra y luz del mundo. Muchas gracias.
[Al despedirse de los peregrinos, hablando en italiano, añadió:]
Como de costumbre, el pensamiento final se dirige a los jóvenes,
a los enfermos y a los recién casados hoy presentes. Queridos
jóvenes, sé que muchos de vosotros aprovechan el tiempo
veraniego para vivir una experiencia significativa de servicio:
os animo en esto y os recomiendo el ejemplo de un coetáneo
vuestro, el beato Piergiorgio Frassati. A vosotros, queridos
enfermos, os auguro que encontréis consuelo en las palabras del
apóstol Pablo, que la liturgia nos ha vuelto a proponer el
pasado domingo: "Con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo
en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo" (2
Cor 12,9). Y vosotros, queridos recién casados, sabed siempre
cultivar, con la oración y el amor mutuo, la relación conyugal
que habéis sellado con el Sacramento nupcial.
[Traducción del original italiano por Inma Álvarez
© Copyright 2009 - Libreria Editrice Vaticana]
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