
"Tres
días para revivir con Cristo su pasión, muerte y resurrección"
Audiencia General del 12 de abril de 2006
Fuente:
Zenit
Ver también:
Benedicto XVI
Queridos hermanos y
hermanas:
Mañana comienza el Triduo Pascual, que es el fulcro de todo el año
litúrgico Ayudados por los sagrados ritos del Jueves Santo, del Viernes
Santo y de la solemne Vigilia Pascual, reviviremos el misterio de la
pasión, de la muerte y resurrección del Señor. Son días propicios para
volver a despertar en nosotros un deseo más intenso de unirnos a Cristo
y seguirle generosamente, conscientes de que nos ha amado hasta dar su
vida por nosotros. Los acontecimientos que nos vuelve a proponer el
Triduo sagrado son la manifestación sublime de este amor de Dios por el
hombre. Dispongámonos, por tanto, a celebrar el Triduo Pascual acogiendo
la exhortación de san Agustín: «Considera ahora atentamente los tres
días santos de la crucifixión, de la sepultura y de la resurrección del
Señor. De estos tres misterios realizamos en la vida presente aquello de
lo que es símbolo la cruz, mientras realizamos a través de la fe y de la
esperanza, aquello de lo que es símbolo la sepultura y la resurrección»
(Carta 55, 14, 24).
El Triduo Pascual inicia mañana, Jueves Santo con la misa vespertina «in
Cena Domini», si bien en la mañana se suele celebrar otra significativa
celebración litúrgica, la Misa del Crisma, durante la cual, reunido en
torno al obispo, todo el presbiterio de cada diócesis renueva las
promesas sacerdotales, y participa en la bendición de los óleos de los
catecúmenos, de los enfermos y del Crisma. Esto es lo que haremos mañana
también aquí, en San Pedro. Además de la institución del Sacerdocio, en
este día santo se conmemora la entrega total que Cristo hizo de sí a la
humanidad en el sacramento de la Eucaristía. En esa misma noche en la
que fue traicionado, nos dejó, como recuerda la Sagrada Escritura, el
«mandamiento nuevo» --«mandatum novum»-- del amor fraterno cumpliendo el
gesto impactante del lavatorio de los pies, que recuerda el humilde
servicio de los esclavos. Esta jornada singular, evocadora de los
grandes misterios, concluye con la Adoración eucarística, en recuerdo de
la agonía del Señor en el Huerto de Getsemaní. Sintiendo una gran
angustia, cuenta el Evangelio, Jesús pidió a los suyos que velaran con
él, permaneciendo en oración: «quedaos aquí y velad conmigo» (Mateo 26,
38), pero los discípulos se durmieron. También hoy el Señor nos dice:
«quedaos aquí y velad conmigo». Y vemos cómo también hoy, los discípulos
de hoy nos quedamos con frecuencia dormidos. Esa fue para Jesús la hora
del abandono y de la soledad, a la que le siguió, en medio de la noche,
el arresto y el inicio del doloroso camino hacia el Calvario.
El Viernes Santo, centrado en la Pasión, es un día de ayuno y
penitencia, orientado a la contemplación de la Cruz. En las iglesias se
proclama la narración de la Pasión y resuenan las palabras del profeta
Zacarías: «Mirarán al que traspasaron» (Juan 19, 37). Y en el Viernes
Santo nosotros también queremos dirigir la mirada al corazón traspasado
del Redentor en el que, como escribe san Pablo, «están ocultos todos los
tesoros de la sabiduría y de la ciencia» (Colosenses 2, 3), es más, «en
él reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente» (Colosenses 2,
9), por este motivo, el apóstol puede afirmar con decisión que no quiere
conocer más que «a Jesucristo, y éste crucificado» (1 Corintios 2, 2).
Es verdad: la Cruz revela «la anchura y la longitud, la altura y la
profundidad» --las dimensiones cósmicas, este es el sentido-- de un amor
que supera a todo conocimiento --el amor va más allá de lo que se
conoce-- y nos llena de «la total Plenitud de Dios» (Cf. Efesios 3,
18-19). En el misterio del Crucificado «se realiza ese ponerse Dios
contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo:
esto es amor en su forma más radical» («Deus caritas est», 12). La Cruz
de Cristo, escribe en el siglo V el Papa san León Magno, «es manantial
de todas las bendiciones, y causa de todas las bendiciones» (Discurso 8
sobre la Pasión del Señor, 6-8; PL 54, 340-342).
En el Sábado Santo la Iglesia, al unirse espiritualmente a María,
permanece en oración ante el sepulcro, donde el cuerpo del Hijo de Dios
yace inerte como en una condición de descanso tras la obra creativa de
la redención, realizada con su muerte (Cf. Hebreos 4, 1-13). Por la
noche iniciará la solemne Vigilia Pascual, durante la cual en cada
Iglesia se elevará el canto gozoso del «Gloria» y del «Aleluya» pascual
del corazón de los nuevos bautizados y de toda la comunidad cristiana,
feliz porque Cristo ha resucitado y ha vencido a la muerte.
Queridos hermanos y hermanas, para poder vivir una provechosa
celebración de la Pascua, la Iglesia pide a los fieles acercarse en
estos días al sacramento de la Penitencia, que es como una especie de
muerte y de resurrección para cada uno de nosotros. En la antigua
comunidad cristiana, el Jueves Santo se celebraba el rito de la
Reconciliación de los Penitentes, presidido por el obispo. Ciertamente
han cambiado las condiciones históricas, pero prepararse para la Pascua
con una buena confesión sigue siendo un cumplimiento que hay que valorar
plenamente, pues nos ofrece la posibilidad de volver a comenzar nuestra
vida y de que este nuevo inicio se realice en la alegría del Resucitado
y en la comunión del perdón que nos da. Conscientes de que somos
pecadores, pero confiando en la divina misericordia, dejémonos
reconciliar por Cristo para experimentar más intensamente la alegría que
nos comunica con su resurrección. El perdón, que Cristo nos da en el
sacramento de la Penitencia, es manantial de paz interior y exterior y
nos hace apóstoles de paz en un mundo en el que por desgracia continúan
las divisiones, los sufrimientos, y los dramas de la injusticia, del
odio y de la violencia, de la incapacidad de reconciliarse para volver a
comenzar de nuevo con un perdón sincero. Nosotros sabemos, sin embargo,
que el mal no tiene la última palabra, pues quien triunfa es Cristo
crucificado y resucitado y su victoria se manifiesta con la fuerza del
amor misericordioso. Su resurrección nos da esta certeza: a pesar de
toda la oscuridad que hay en el mundo, el mal no tiene la última
palabra. Apoyados por esta certeza, podremos comprometernos con más
valentía y entusiasmo por hacer que nazca un mundo más justo.
Esto es lo que os deseo de todo corazón a todos vosotros, queridos
hermanos y hermanas, esperando que os preparéis con fe y devoción para
las inminentes fiestas pascuales. Que os acompañe María Santísima,
quien, tras haber seguido al Hijo divino en la hora de la pasión y de la
cruz, compartió la alegría de su resurrección.
[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la
audiencia, el Papa saludo a los peregrinos en varios idiomas. Estas
fueron sus palabras en castellano:]
Queridos hermanos y hermanas:
Mañana comienza el Triduo pascual. Ayudados por los ritos sagrados
reviviremos el misterio de la pasión, muerte y resurrección del Señor,
reavivando en nosotros el deseo de seguirlo generosamente.
En la Misa vespertina «in Cena Domini» del Jueves Santo se conmemora el
ofrecimiento total que Cristo ha realizado de sí mismo a la humanidad en
el sacramento de la Eucaristía, dejándonos el «mandatum novum» del amor
fraterno, significado en el lavatorio de los pies. La jornada concluye
con la Adoración eucarística, en recuerdo de la agonía del Señor en el
Huerto. El Viernes Santo, centrado en la Pasión, es un día de ayuno y
penitencia orientado a la contemplación de la Cruz, misterio en el que
se cumple el amor en su forma más radical. El Sábado Santo, la Iglesia,
que permanece en oración ante el sepulcro, elevará en la solemne
Vigilia, el canto gozoso del Gloria y del Aleluya, porque Cristo ha
resucitado y vencido a la muerte.
Saludo a los peregrinos de España y América Latina, especialmente a los
del apostolado de los Agustinos Recoletos y a los de la Obra de la
Iglesia. También a los de Valladolid, León y Chile y a los estudiantes
de Barcelona y Quito. Preparaos a las fiestas de Pascua con una buena
confesión. Dejaos reconciliar por Cristo. Su perdón, es fuente de paz y
os hace apóstoles de paz en el mundo. Que María Santísima, la cual
siguió fielmente a su Hijo en su pasión y compartió la alegría de su
resurrección, os acompañe.