Los Mártires Colombianos de la Comunidad de San Juan de Dios.
Víctimas de los
comunistas, 1936
Fuente: IESVS.org
Desde 1936 hasta 1939, los comunistas españoles asesinaron a 4,100
sacerdotes seculares; 2,300 religiosos; 283 religiosas y miles y
miles de laicos. Todos por la sola razón de pertenecer a la Iglesia
Católica. En pocos meses de 1936 fueron destruidos en España más de
mil templos católicos y gravemente averiados más de dos mil.
Las comunidades que más mártires tuvieron fueron: Padres
Claretianos: 270. Padres Franciscanos 226. Hermanos Maristas 176.
Hermanos Cristianos 165. Padres Salesianos 100. Hermanos de San Juan
de Dios 98.
En 1936 se produce el levantamiento al mando del General Francisco
Franco y después de tres años de terrible guerra lograron echar del
gobierno a los comunistas y anarquistas anticatólicos, pero estos
antes de abandonar las armas y dejar el poder cometieron la más
espantosa serie de asesinatos y crueldades que registra la historia.
Y unas de sus víctimas fueron los siete jóvenes colombianos,
hermanos de la Comunidad de San Juan de Dios, que estaban estudiando
y trabajando en España.
Eran de origen campesino o de pueblos religiosos y piadosos.
Muchachos que se habían propuesto desgastar su vida en favor de los
que padecían enfermedades mentales, en la comunidad que San Juan de
Dios fundó para atender a los enfermos más abandonados. La Comunidad
los había enviado a España a perfeccionarse en el arte de la
enfermería y ellos deseaban emplear el resto de su vida en ayudar de
la mejor manera posible a que los enfermos recobraran su salud
mental y física y sobre todo su salud espiritual por medio de la
conversión y del progreso en virtud y santidad.
Sus nombres eran: Juan Bautista Velásquez, de Jardín (Antioquía) 27
años. Esteban Maya, de Pácora Caldas, 29 años. Melquiades Ramírez de
Sonsón (Antioquía) 27 años. Eugenio Ramírez, de La Ceja (Antioquía)
23 años. Rubén de Jesús López, de Concepción (Antioquía) 28 años.
Arturo Ayala, de Paipa (Boyacá) 27 años y Gaspar Páez Perdomo de
Tello (Huila) 23 años.
Hacía pocos años que habían entrado en la Congregación y en España
sólo llevaban dos años de permanencia. Hombre totalmente pacíficos
que no buscaban sino hacer el bien a los más necesitados. No había
ninguna causa para poderlos perseguir y matar, excepto el que eran
seguidores de Cristo y de su Santa Religión. Y por esta causa los
mataron.
Estos religiosos atenían una casa para enfermos mentales en
Ciempozuelos cerca de Madrid, y de pronto llegaron unos enviados del
gobierno comunista español (dirigido por los bolcheviques desde
Moscú) y les ordenaron abandonar aquel plantel y dejarlo en manos de
unos empleados marxistas que no sabían nada de medicina ni de
dirección de hospitales pero que eran unas fieras en anticleralismo.
A los siete religiosos se los llevaron prisioneros a Madrid.
Cuando al embajador colombiano le contaron la noticia, pidió al
gobierno que a estos compatriotas suyos por ser extranjeros los
dejaran salir en paz del país, y les envió unos pasaportes y unos
brazaletes tricolores para que los dejaran salir libremente. Y el
Padre Capellán de las Hermanas Clarisas de Madrid les consiguió el
dinero para que pagaran el transporte hacia Colombia, y así los
envió en un tren a Barcelona avisándole al cónsul colombiano de esa
ciudad que saliera a recibirlos. Pero en el tiquete de cada uno los
guardas les pusieron una señal especial para que los apresaran.
El Dr. Ignacio Ortiz Lozano, Cónsul colombiano en Barcelona
describió así en 1937 al periódico El Pueblo de San Sebastián cómo
fueron aquellas jornadas trágicas: "Este horrible suceso es el
recuerdo más doloroso de mi vida. Aquellos siete religiosos no se
dedicaban sino al servicio de caridad con los más necesitados.
Estaban a 30 kilómetros de Madrid, en Ciempozuelos, cuidando locos.
El día 7 de agosto de 1936 me llamó el embajador en Madrid (Dr.
Uribe Echeverry) para contarme que viajaban con un pasaporte suyo en
un tren y para rogarme que fuera a la estación a recibirlos y que
los tratara de la mejor manera posible. Yo tenía ya hasta 60
refugiados católicos en mi consulado, pero estaba resuelto a
ayudarles todo lo mejor que fuera posible. Fui varias veces a la
estación del tren pero nadie me daba razón de su llegada. Al fin un
hombre me dijo: "¿Usted es el cónsul de Colombia? Pues en la cárcel
hay siete paisanos suyos".
Me dirigí a la cárcel pero me dijeron que no podía verlos si no
llevaba una recomendación de la FAI (Federación Anarquista
Española). Me fui a conseguirla, pero luego me dijeron que no los
podían soltar porque llevaban pasaportes falsos. Les dije que el
embajador colombiano en persona les había dado los pasaportes. Luego
añadieron que no podían ponerlos en libertad porque la cédula de
alguno de ellos estaba muy borrosa (Excusas todas al cual más de
injustas y mentirosas, para poder ejecutar su crimen. La única causa
para matarlos era que pertenecían a la religión católica). Cada vez
me decían "venga mañana". Al fin una mañana me dijeron: "Fueron
llevados al Hospital Clínico". Comprendí entonces que los habían
asesinado. Fue el 9 de agosto de 1936.
Aterrado, lleno de cólera y de dolor exigí entonces que me llevaran
a la morgue o depósito de cadáveres, para identificar a mis
compatriotas sacrificados.
En el sótano encontré más de 120 cadáveres, amontonados uno sobre
otro en el estado más impresionante que se puede imaginar. Rostros
trágicos. Manos crispadas. Vestidos deshechos. Era la macabra
cosecha que los comunistas habían recogido ese día.
Me acerqué y con la ayuda de un empleado fui buscando a mis siete
paisanos entre aquel montón de cadáveres. Es inimaginable lo
horrible que es un oficio así. Pero con paciencia fui buscando
papeles y documentos hasta que logré identificar cada uno de los
siete muertos. No puedo decir la impresión de pavor e indignación
que experimenté en presencia de este espectáculo. Los ojos estaban
desorbitados. Los rostros sangrantes. Los cuerpos mutilados,
desfigurados, impresionantes. Por un rato los contemplé en silencio
y me puso a pensar hasta qué horrores de crueldad llega la fiera
humana cuando pierde la fe y ataca a sus hermanos por el sólo hecho
de que ellos pertenecen a la santa religión.
Redacté una carta de protesta y la envié a las autoridades civiles.
Después el gobierno colombiano protestó también, pero tímidamente,
por temor a disgustar aquel gobierno de extrema izquierda.
En aquellos primero días de agosto de 1936, Colombia y la Comunidad
de San Juan de Dios perdieron para esta tierra a siete hermanos,
pero todos los ganamos como intercesores en el cielo. En cada uno de
ellos cumplió Jesús y seguirá cumpliendo, aquella promesa tan
famosa: "Si alguno se declara a mi favor ante la gente de esta
tierra, yo me declararé a su favor ante los ángeles del cielo".
Estos son los primeros siete beatos colombianos. Los beatificó el
Papa Juan Pablo II en 1992. Y ojalá sean ellos los primeros de una
larguísima e interminable serie de amigos de Cristo que lo aclamen
con su vida, sus palabras y sus buenas obras en este mundo y vayan a
hacerle compañía para siempre en el cielo.
Esta página
es obra de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María
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