
Apuntes
sobre un gran Papa, Juan Pablo II
-Fundación
Montfort, Barcelona,
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Casi a la
mañana siguiente de la elección del cardenal Karol Wojtyla como Sumo
Pontífice (16.10.1978), Virgilio Levi se preguntaba, en L’Osservatore
Romano, de dónde le proviene a Juan Pablo II “tanta fortaleza, tanto
celo, tanta perseverancia”. Y respondía: “El secreto está en su lema:
Totus Tuus. Lo que está escrito en los libros espirituales, en el
Tratado de la verdadera devoción, en la conciencia del Pueblo de
Dios, es manifiesto en este Hombre llamado a guiar a la Iglesia en
nuestro tiempo difícil. Nuestra Señora es la omnipotente por gracia, y
quien se confía totalmente a ella llega a ser un gigante en las obras de
Dios”.
El
encuentro providencial del joven Karol Wojtyla con el Tratado de la
verdadera devoción de san Luis María de Montfort remonta a los
lejanos años de su formación al sacerdocio (1940-1944), esto es, cuando
era obrero, primero en una cantera de piedras y después en una fábrica
de Solvay. Más tarde él mismo confesará que el Tratado mariano de
Montfort marcó entonces “un cambio decisivo” en su vida.
Cuando
llegó a ser sacerdote, obispo y papa, Karol Wojtyla sacó siempre del
Tratado la expresión totus tuus, casi como un compendio de la
espiritualidad mariana aprendida en la escuela del Santo de Montfort.
Llegará así el momento cuando Juan Pablo II –al inicio de su servicio
pontifical en la cátedra de Pedro, en Roma– amará recoger en estas dos
palabras: totus tuus, la consagración de su persona y de su
ministerio pastoral a la Virgen Madre.
Así,
en el radiomensaje desde la Capilla Sextina, el día siguiente de su
elección, el 17 de octubre de 1978: “En esta hora, para Nos ansiosa y
grave, no podemos hacer menos que dirigir nuestra mente con filial
devoción a la Virgen María, la cual siempre vive y actúa como Madre en
el misterio de Cristo y de la Iglesia, repitiendo las dulces palabras
totus tuus que hace veinte años escribimos en nuestro corazón y en
nuestro escudo, en el momento de nuestra Ordenación episcopal” (Alberto
Rum, s.m.m. y Miguel Patiño, s.m.m.)
EL
SECRETO DE SU FUERZA
“Totus tuus”. Lo llevaba en el tuétano.
Era su lema personal. Su lema pontifical. Su vida. La que recorrió todo
su pontificado pastoral. Su entrega total a la Madre de Cristo. Ese
“Totus tuus” expresa la dimensión mariana de su vida personal, de su
acción sacerdotal y pontifical. Sólo quien se asome a esa espiritualidad
dejará de sorprenderse ante la vida y la obra de Juan Pablo; así como
será incapaz de comprender nada de su vida íntima quien no tenga
sensibilidad y capacidad para entender este embrión fecundo de su fe y
de su entrega a María, que bebió en Polonia y reforzó en sus lecturas
nocturnas de Grignon de Monfort, bajo la tenue luz en la planta química
Solvay y que, como Pontífice ha expresado en su Encíclica: “Redemptoris
Mater” de 1987 y en la Carta apostólica “Mulieris dignitatem”, en el año
mariano 1988. Ambos documentos explicitan la doctrina de la “Lumen
Gentium”. Dice San Ambrosio que María es tipo de la iglesia, “typus
Ecclesiae”. Como la vocación que une a María con la Iglesia es la
maternidad, porque las dos son Madres, entregarse a María es entregarse
a la Iglesia, y entregarse a la Iglesia es entregarse a Dios. Así se
entiende con luz nueva el lema pontifical de Juan Pablo II, que es el
mismo del joven Obispo de Cracovia: “Totus Tuus Mariae”, porque el
“Totus Tuus Mariae” equivale a “Totus Tuus Ecclesiae”, y en consecuencia
a “Totus Tuus Deo”. Esa es la revelación de la raíz de sus 26 años de
pontificado como testigo y maestro de su entrega a Dios con María.
TOTUS
TUUS
Esta fórmula no tiene solamente un
carácter piadoso, no es una simple expresión de devoción: es algo más.
La orientación hacia una devoción tal se afirmó en mí en el período en
que, durante la Segunda Guerra Mundial, trabajaba de obrero en una
fábrica. En un primer momento me había parecido que debía alejarme un
poco de la devoción mariana de la infancia, en beneficio de un
cristianismo cristocéntrico. . Gracias a San Luis Grignion de Montfort
comprendí que la verdadera devoción a la Madre
de Dios es, sin embargo, cristocéntrica, más aún, que está profundamente
radicada en el Misterio trinitario de Dios, y en los misterios de la
Encarnación y la Redención.
Así pues, redescubrí con conocimiento de
causa la nueva piedad mariana, y esta forma madura de devoción a la
Madre de Dios me ha seguido a través de los años: sus frutos son la
Redemptoris Mater y la Mulieris dignitatem.
Respecto a la devoción mariana, cada uno
de nosotros debe tener claro que no se trata sólo de una necesidad del
corazón, de una inclinación sentimental, sino que corresponde también a
la verdad objetiva sobre la Madre de Dios. María es la nueva Eva, que
Dios pone ante el nuevo Adán-Cristo, comenzando por la Anunciación, a
través de la noche del Nacimiento en Belén, el Banquete de bodas en Caná
de Galilea, la Cruz sobre el Gólgota, hasta el cenáculo del Pentecostés:
la Madre de Cristo Redentor es Madre de la Iglesia. (“Cruzando el Umbral
de la Esperanza”)
LA
CONSAGRACION A MARIA SEGÚN JUAN PABLO II
Consagrarse a María, significa acoger su ayuda, para
consagrar el mundo, el hombre, todos los pueblos y la humanidad al que
es infinitamente santo. Juan Pablo II ofrece el testimonio de que la
consagración a María significa hacerla entrar en la propia vida
espiritual. Ello conduce a la comunión de las personas, nos introduce en
la profunda relación interpersonal con la Madre del Señor. Como
testimonio de este principio, Juan Pablo II, le ha consagrado la
Iglesia, todos los países y todos los pueblos, en el umbral del tercer
milenio del cristianismo. Incluyendo a todos los que han creído en
Jesucristo reconociendo en él su signo conductor en el viaje de la
historia y a toda la humanidad, incluso a los que aún buscan a Cristo.
Publicado con permiso de
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