Espíritu
de Amor eterno, que procedes del Padre y del Hijo, Te
damos gracias por todas las vocaciones de apóstoles y
santos que han fecundado la Iglesia. Continúa, todavía,
te rogamos, esta tu obra.
Acuérdate de cuando, en Pentecostés,
descendiste sobre los Apóstoles reunidos en oración
con María, la madre de Jesús, y mira a la Iglesia que
tiene hoy una particular necesidad de sacerdotes santos,
de testigos fieles y autorizados de tu gracia;
tiene necesidad de consagrados y consagradas,
que manifiesten el gozo de quien vive sólo para el
Padre, de quien hace propia la misión y el ofrecimiento
de Cristo, de quien construye con la caridad el mundo
nuevo.
Espíritu Santo, perenne manantial de gozo y de paz,
eres tú quien abre el corazón y la mente a la divina
llamada: eres tú que hace eficaz cada impulso al bien, a
la verdad, a la caridad.
Tus ‘gemidos inenarrables’ suben al Padre desde el
corazón de la Iglesia que sufre y lucha por el
Evangelio.
Abre los corazones y las mentes de los jóvenes, para que
una nueva floración de santas vocaciones manifieste la
constancia de tu amor,
y todos puedan conocer a Cristo, luz verdadera del
mundo,
para ofrecer a cada ser humano la segura esperanza de la
vida eterna. Amén. |