S.S.  Benedicto XVI - Audiencia General

Audiencia General
Recordando a santa Juliana renovemos también nosotros la fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía
S.S. Benedicto XVI

Noviembre 17, 2010
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Estoy contento de acogeros y de dirigir a cada uno de vosotros mi cordial bienvenida. En particular os saludo a vosotros, los fieles de Carpineto Romano, llegados aquí con vuestro pastor monseñor Lorenzo Loppa, para devolverme la visita, breve pero intensa, que tuve la alegría de realizar en vuestra tierra, el pasado mes de septiembre, con ocasión del bicentenario del nacimiento del papa León XIII. Queridos amigos, deseo renovaros a todos mi vivo agradecimiento por la calurosa acogida que me reservasteis en aquella circunstancia. Pienso en la disponibilidad de las Autoridades civiles, especialmente del alcalde y del Concejo, como también en el diligente empeño de vuestro obispo, del párroco y de sus colaboradores, especialmente en la preparación de la Celebración eucarística, tan bien cuidada y participada. El recuerdo de aquel evento, lleno de significado eclesial y espiritual, reavive en cada uno el deseo de profundizar cada vez más la vida de fe, en el surco de las enseñanzas de vuestro ilustre conciudadano el papa León XIII, cuya valiente acción pastoral suscitó una renovación providencial del compromiso de los católicos en la sociedad.

Queridos amigos, no os canséis de confiaros a Cristo y de anunciarlo con vuestra vida, en la familia y en cada ambiente. Esto es lo que los hombres, también hoy, esperan de la Iglesia. Con estos sentimientos os imparto de corazón a todos mi bendición, que de buen grado extiendo a vuestras familias y a todos vuestros seres queridos.

[En checo dijo]

Os saludo cordialmente a vosotros los peregrinos procedentes de la República Checa, llegados aquí en gran número para devolverme la visita que tuve la alegría de realizar en vuestro país el año pasado. Queridos amigos, ¡sed bienvenidos! Conservo un querido y grato recuerdo de aquel agradable viaje mío a vuestra hermosa tierra. Pienso en particular en la deferente cortesía de las distinguidas autoridades; en la calurosa acogida que recibí de los venerados Hermanos en el Episcopado, de los sacerdotes, de las personas consagradas y de todos los fieles, que quisieron expresarme con entusiasmo su fe, en torno al sucesor de Pedro. Me impresionó también la atenta consideración que me reservaron también cuantos, aun estando alejados de la Iglesia, están con todo en búsqueda de valores humanos espirituales auténticos, de los que la misma comunidad católica quiere ser testigo gozoso. Rezo para que el Señor haga fructificar las gracias de aquel viaje, y auguro que el pueblo cristiano de la República Checa prosiga, con renovado empuje, dando por todas partes un valiente testimonio evangélico. A todos os imparto de corazón una especial Bendición Apostólica, extensible a vuestras familias y a toda vuestra patria.

[Posteriormente, en el Aula Pablo VI]

¡Queridos hermanos y hermanas!

Hoy quisiera recordar con vosotros el Viaje Apostólico a Santiago de Compostela y Barcelona, que tuve la alegría de realizar el sábado y el domingo pasados. Me dirigí allí para confirmar en la fe a mis hermanos (cfr Lc 22,32); lo hice como testigo de Cristo resucitado, como sembrador de la esperanza que no desilusiona y no engaña, porque tiene su origen en el amor infinito de Dios por todos los hombres.

La primera etapa fue Santiago. Desde la ceremonia de bienvenida, pude experimentar el afecto que las gentes de España nutren hacia el Sucesor de Pedro. Fui acogido verdaderamente con gran entusiasmo y calor. En este Año Santo Compostelano, he querido hacerme peregrino junto con cuantos, numerosísimos, se han dirigido a ese célebre Santuario. Pude visitar la "Casa del Apóstol Santiago el Mayor", el cual sigue repitiendo, a quien llega allí necesitado de gracia, que en Cristo, Dios vino al mundo para reconciliarlo consigo, no imputando a los hombres sus culpas.
Queridos hermanos y hermanas,

también esta mañana quisiera presentaros a una figura femenina, poco conocida, a la que la Iglesia sin embargo debe un gran reconocimiento, no sólo por su santidad de vida, sino también porque, con su gran fervor, ha contribuido a la institución de una de las solemnidades litúrgicas más importantes del año, la del Corpus Domini. [En español más conocida como “Corpus Christi”, n.d.t.]

Se trata de santa Juliana de Cornillón, conocida también como santa Juliana de Lieja. Poseemos algunos datos sobre su vida sobre todo a través de una biografía, escrita probablemente por un eclesiástico contemporáneo suyo, en el que se recogen varios testimonios de personas que conocieron directamente a la Santa.

Juliana nació entre 1191 o 1192 en las cercanías de Lieja, en Bélgica. Es importante subrayar este lugar, porque en aquel tiempo la diócesis de Lieja era, por así decirlo, un verdadero “cenáculo eucarístico”. Antes de Juliana, insignes teólogos habían ilustrado allí el valor supremo del Sacramento de la Eucaristía y, siempre en Lieja, había grupos femeninos generosamente dedicados al culto eucarístico y a la comunión ferviente. Guiados por sacerdotes ejemplares, estas vivían juntas, dedicándose a la oración y a las obras caritativas.

Huérfana a los 5 años de edad, Juliana, junto con su hermana Inés, fue confiada al cuidado de las monjas agustinas del convento-leprosería de Mont-Cornillon. Fue educada sobre todo por una monja, de nombre Sabiduría, que siguió su maduración espiritual, hasta cuando la propia Juliana recibió el hábito religioso y se convirtió también ella en monja agustina. Adquirió una notable cultura, hasta el punto de que leía las obras de los Padres de la Iglesia en lengua latina, en particular a san Agustín y san Bernardo. Además de una vivaz inteligencia, Juliana mostraba, desde el principio, una propensión particular por la contemplación; tenía un sentido profundo de la presencia de Cristo, que experimentaba viviendo de modo particularmente intenso el Sacramento de la Eucaristía y deteniéndose a menudo a meditar sobre las palabras de Jesús: “He aquí que yo estoy con vosotros, todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).

A los dieciséis años tuvo una primera visión, que después se repitió muchas veces en sus adoraciones eucarísticas. La visión presentaba la luna en su pleno esplendor, con una franja oscura que la atravesaba diametralmente. El Señor le hizo comprender el significado de lo que se le había aparecido. La luna simbolizaba la vida de la Iglesia en la tierra, la línea opaca representaba en cambio la ausencia de una fiesta litúrgica, para cuya institución se pedía a Juliana que trabajase de modo eficaz: es decir, una fiesta en la que los creyentes habrían podido adorar la Eucaristía para aumentar su fe, avanzar en la práctica de las virtudes y reparar las ofensas al Santísimo Sacramento.

Durante unos veinte años Juliana, que mientras tanto se había convertido en la priora del convento, conservó en secreto esta revelación, que había llenado de alegría su corazón. Después se confió con otras dos fervientes adoradoras de la Eucaristía, la beata Eva, que llevaba una vida eremítica, e Isabel, que la había seguido al monasterio de Mont-Cornillon. Las tres mujeres establecieron una especie de “alianza espiritual”, con el propósito de glorificar al Santísimo Sacramento. Quisieron implicar también a un sacerdote muy estimado, Juan de Lausana, canónigo de la iglesia de San Martín de Lieja, pidiéndole que interpelara a teólogos y eclesiásticos sobre lo que ellas llevaban en el corazón. Las respuestas fueron positivas y alentadoras.

Lo que le sucedió a Juliana de Cornillón se repite frecuentemente en la vida de los Santos: para tener la confirmación de que una inspiración viene de Dios, es necesario siempre sumirse en la oración, saber esperar con paciencia, buscar la amistad y el acercamiento con otras almas buenas, y someter todo al juicio de los Pastores de la Iglesia. Fue precisamente el Obispo de Lieja, Roberto de Thourotte, quien, después de las dudas iniciales, acogió la propuesta de Juliana y de sus compañeras, e instituyó, por primera vez, la solemnidad del Corpus Domini en su diócesis. Más tarde, otros obispos le imitaron, estableciendo la misma fiesta en los territorios confiados a sus cuidados pastorales.

A los Santos, con todo, el Señor les pide a menudo superar pruebas, para que su fe se incremente. Sucedió también a Juliana, que tuvo que sufrir la dura oposición de algunos miembros del clero y del mismo superior del que dependía su monasterio. Entonces, por voluntad propia, Juliana dejó el convento de Mont-Cornillon con algunas compañeras, y durante diez año, entre 1248 y 1258, fue huésped de varios monasterios de monjas cistercienses. Edificaba a todos con su humildad, no tenía nunca palabras de crítica o de reproche para sus adversarios, sino que seguía difundiendo con celo el culto eucarístico. Falleció en 1258 en Fosses-La-Ville, en Bélgica. En la celda donde yacía se expuso el Santísimo Sacramento y, según las palabras de su biógrafo, Juliana murió contemplando con un último arrebato de amor a Jesús Eucaristía, a quien había siempre amado, honrado y adorado.

A la buena causa de la fiesta del Corpus Domini fue conquistado también Giacomo Pantaléon de Troyes, que había conocido a la Santa durante su ministerio de archidiácono en Lieja. Fue precisamente él quien, llegado a ser Papa con el nombre de Urbano IV, en 1264, quiso instituir la solemnidad del Corpus Domini como fiesta de precepto para la Iglesia universal, el jueves sucesivo a Pentecostés. En la Bula de institución, titulada Transiturus de hoc mundo (11 de agosto de 1264) el Papa Urbano reevoca con discreción también las experiencias místicas de Juliana, avalando su autenticidad, y escribe: “Aunque la Eucaristía cada día sea solemnemente celebrada, consideramos justo que, al menos una vez al año, se haga de ella más honrada y solemne memoria. Las demás cosas, de hecho, de las que hacemos memoria, las aferramos con el espíritu y con la mente, pero no obtenemos por ello su presencia real. En cambio, en esta conmemoración sacramental de Cristo, aunque bajo otra forma, Jesucristo está presente con nosotros en su propia sustancia. Mientras estaba de hecho a punto de ascender al cielo, dijo: 'He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo' (Mt 28,20)”.

En Pontífice mismo quiso dar ejemplo, celebrando la solemnidad del Corpus Domini en Orvieto, ciudad en la que entonces vivía. Precisamente por orden suya en la catedral de la ciudad se conservaba – y se conserva aún ahora – el célebre corporal con las huellas del milagro eucarístico sucedido el año anterior, en 1263, en Bolsena. Un sacerdote, mientras consagraba el pan y el vino, había sido preso de fuertes dudas sobre la presencia real del Cuerpo y de la Sangre de Cristo en el Sacramento de la Eucaristía. Milagrosamente, algunas gotas de sangre comenzaron a brotar de la Hostia consagrada, confirmando de esa forma lo que nuestra fe profesa. Urbano IV pidió a uno de los más grandes teólogos de la historia, santo Tomás de Aquino – que en aquel tiempo acompañaba al Papa y se encontraba en Orvieto –, que compusiera los textos del oficio litúrgico de esta gran fiesta. Estos, aún hoy en uso en la Iglesia, son obras maestras, en las que se funden teología y poesía. Son textos que hacen vibrar las cuerdas del corazón para expresar alabanza y gratitud al Santísimo Sacramento, mientras la inteligencia, adentrándose con estupor en el misterio, reconoce en la Eucaristía la presencia viva y verdadera de Jesús, de su Sacrificio de amor que nos reconcilia con el Padre, y nos da la salvación.

Aunque tras la muerte de Urbano IV la celebración de la fiesta del Corpus Domini se limitó a algunas regiones de Francia, de Alemania, de Hungría y de Italia septentrional, fue después un Pontífice, Juan XXII, quien en 1317 la restauró para toda la Iglesia. Desde entonces en adelante, la fiesta conoció un desarrollo maravilloso, y aún es muy sentida por el pueblo cristiano.

Quisiera afirmar con alegría que hoy en la Iglesia hay una “primavera eucarística”: ¡cuántas personas se detienen silenciosas ante el Tabernáculo, para entretenerse en coloquio de amor con Jesús! Es consolador saber que no pocos grupos de jóvenes han redescubierto la belleza de rezar en adoración ante la Santísima Eucaristía.
Rezo para que esta “primavera” eucarística se difunda cada vez más en todas las parroquias, en particular en Bélgica, la patria de santa Juliana. El Venerable Juan Pablo II, en la Encíclica Ecclesia de Eucharistia, constataba que “En muchos lugares [...] la adoración del Santísimo Sacramento tiene cotidianamente una importancia destacada y se convierte en fuente inagotable de santidad. La participación devota de los fieles en la procesión eucarística en la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo es una gracia de Dios, que cada año llena de gozo a quienes toman parte en ella. Y se podrían mencionar otros signos positivos de fe y amor eucarístico”, dice el Papa (n. 10).

Recordando a santa Juliana de Cornillon renovemos también nosotros la fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Como nos enseña el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, “Jesucristo está presente en la Eucaristía de modo único e incomparable. Está presente, en efecto, de modo verdadero, real y sustancial: con su Cuerpo y con su Sangre, con su Alma y su Divinidad. Cristo, todo entero, Dios y hombre” (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, 282).

Queridísimos amigos, la fidelidad al encuentro con el Cristo Eucarístico en la Santa Misa dominical es esencial para el camino de fe, pero intentemos también ir frecuentemente a visitar al Señor presente en el Tabernáculo! Mirando en adoración la Hostia consagrada, encontramos el don del amor de Dios, encontramos la Pasión y la Cruz de Jesús, como también su Resurrección. Precisamente a través de nuestra mirada en adoración, el Señor nos atrae hacia sí, dentro de su misterio, para transformarnos como transforma el pan y el vino (cfr BENEDICTO XVI, Homilía en la Solemnidad del Corpus Domini, 15 de junio de 2006). Los Santos siempre han encontrado fuerza, consuelo u alegría en el encuentro eucarístico. Con las palabras del Himno eucarístico Adoro te devote repitamos ante el Señor, presente en el Santísimo Sacramento: “¡Hazme crecer cada vez más en Ti, que en Ti yo tenga esperanza, que yo Te ame!”. Gracias.

[En español dijo]

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los miembros de la Federación Mundial de las Obras Eucarísticas de la Iglesia, a los misioneros del Verbo Divino, así como a los demás grupos provenientes de España, El Salvador, Venezuela y otros países latinoamericanos. Siguiendo el ejemplo y enseñanza de Santa Juliana de Cornillón, os invito a ser fieles al encuentro con Cristo en la Misa dominical y a la adoración del Santísimo Sacramento, para experimentar el don de su amor. Muchas gracias.

[Al final hizo este llamamiento]

En estos días la comunidad internacional sigue con gran preocupación la difícil situación de los cristianos en Paquistán, que a menudo son víctimas d violencias o de discriminación. De modo particular hoy expreso mi cercanía espiritual a la señora Asia Bibi y a sus familiares, pidiendo que, lo antes posible, le sea restituida la plena libertad. Además rezo por cuantos se encuentran en situaciones análogas, para que su dignidad humana y sus derechos fundamentales sean plenamente respetados.

[Traducción del original italiano por Inma Álvarez

©Libreria Editrice Vaticana]



 

 

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